Creo que esto es algo de lo que nunca he hablado con otros guionistas. Imagino que no seré el único que pasa por ese momento crucial en el proceso de escritura y en mi caso pistoletazo definitivo para ponerme a escribir. Les hablo de esa noche en blanco en la que la idea a la que le has dado vueltas durante unas cuantas semanas por fin crece hasta madurar de principio a fin.
Les confieso que duermo como un lirón. Pocos disgustos en mi vida me han quitado el sueño durante toda una noche, pero una buena idea en ebullición puede provocar que me tire en vela, dando vueltas en la cama, hasta bien entrada la madrugada. Y ese es el momento exacto en el que si la idea es propia empiezo a ponerme a escribir (nunca antes) o sí bien, es un proyecto de encargo o compartido, lo siento completamente mío.
En esa noche todas las piezas encajan. Los puntos de giro se encienden como luces de neón, los personajes cambian de sexo, edad o profesión a favor de la trama, encuentras el verdadero sentido de tu historia y sobre todo le das un final digno a esa idea primigenia que te ha martilleado la cabeza durante semanas. Por no hablar de ese gran agujero negro en la historia que se rellena con una simple secuencia tan emocionante como efectiva. Averiguas de qué manera el protagonista descubre al asesino o la razón por la que esa chiflada entrañable decide volver al altar en el último momento para casarse con el pringado de clase.
Y no. No me levanto para apuntar nada (¿Ustedes sí?) . No sé si será buena memoria, pero a la mañana siguiente todo sigue allí. Si algo se ha perdido por el camino es que no merecía demasiado la pena. Posiblemente, alguna idea enclenque y patizamba como para llegar a la meta en buen estado.
Esas horas levitando en mi imaginación son más fructíferas que semanas enteras de trabajo full-time o sesudas e interminables reuniones. Son el detonante definitivo para empezar a escribir, el preludio de “el sabemos que…” o directamente el escaletado.
Y escribo este post porque intuyo que estoy a punto de tener una de esas noches en blanco. Hacía más de un año que no tenía esa sensación. Creo que hay una buena lubina en el horno a punto de ser sacada. Espero no cagarla con un mal vino…
…o que la impertinente de la vecina aparezca con una lubina más grande y más cara.
6 comentarios:
Lo has clavado. La noche en blanco. Yo la llamo la noche mil y dos, porque es en la que me cuento historias a mí mismo para quedarme dormido plácidamente, a gusto con el trabajo bien hecho.
Esos momentos son geniales.
Te compensan de las semanas de estar frente al ordenador pensando, pensando, pensando...repensando.
Curioso. A mí también me pasa.
Ayer me acosté a las 8 de la mañana...
Magnífica noticia... le deseo entonces una fructífera noche de Insomnio.
Gracias por este post.
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