sábado, 8 de marzo de 2008

El productor



Santiago empezó en esto del cine como director. Sus dos unicos títulos aparecen en todos los repasos a ese género tan entrañable como chungo que fue el cine de destape. Dice que tuvo mala suerte con la época que le tocó, pero todos sabemos que aunque como director no tenía mucho futuro, como productor reunía las cualidades imprescindibles de la vieja escuela; simpático, dicharachero, manipulador, vendemotos... Santiago es el perfecto encantador de serpientes.

Montó su primera productora con un socio que le robó y le dejó literalmente en la ruina. Años después, el traidor se casó con una de esas actrices que enseñaban el vaginismo ilustrado en sus películas y Santiago levantó el vuelo produciendo muchas de esas películas que hoy en día nos presenta cada sábado Carmen Sevilla entre pastitas con té y sofás de Artimueble.

No había vuelto a verle desde el estreno. Hablamos un par de veces por teléfono, sí… pero desconocía cómo estaba el ambiente tras el batacazo de la última peli. Cuando entré a su despacho me recibió como si no hubiera pasado nada, porque la gran suerte (y al mismo tiempo el gran drama) del cine español es que, en contra de lo que piensa la gente, en el 85% de los casos los productores no se juegan su pasta. Derechos de antena por aquí, el ICAA por allá, el crédito del ICO por el otro lado, unas decenas de miles de euros de un par de Ayuntamientos y listo. Tienen la peli levantada sin necesidad de poner en peligro la ortodoncia de la hija mediana.

Le pregunto qué tal todo y me llora un rato. No, no me contradigo. Me recibió como si no hubiera pasado nada, pero no me lloró por lo de la peli. Me lloró porque como buen productor siempre llora. Que si que mal está la industria, que si la piratería les va a obligar a cerrar, que si los socialistas la están cagando (?), que ahora telecinco sólo va a invertir en cuatro pelis al año… En fin… LO DE SIEMPRE. Así que una vez pasado el trámite, que esquivo con mi optimismo perenne, me pregunta qué le traigo.

Como soy un cagueta le digo que le he escrito un par de páginas de una sinopsis. Una comedia… que se la dejo en la mesa, que salgo pitando y que cuando tenga un rato se la lea. Santiago me pide que no le toque los cojones, que le cuente de qué va y que no le haga leer más de lo necesario. Yo tomo aire, me lanzo y le suelto la historia tan sencillamente que ni yo mismo doy crédito. Él se toma unos segundos. Saborea la trama, sonríe y me suelta “Como El pelotón chiflado”. Yo asiento. – Bueno, no exactamente, aunque quizá el tono, sí que… Antes de que pueda decir más llama de un grito a Enrique y este no tarda en aparecer. De hecho tengo la certeza de que, mientras que estoy en el despacho, él está siempre con la oreja pegada al otro lado de la puerta.

Santiago me pide que le cuente otra vez la historia a su hijastro. Cuando acabo, él suelta con tono neutro “¿Cómo El pelotón chiflado?”.

En general, los productores siempre tienden a buscar referencias cuando les sueltas tus historias. Les hace sentirse más seguros. Si conocen algo mínimamente similar les reconforta porque lo entienden a la primera y sobre todo porque existe un precedente de éxito. Cuando sueltas tu historia y te saltan con esas sólo cabe dos tipos de respuesta. Si sueltan el título de otra peli similar con una sonrisa es que la cosa ha cuajado. Si lo dicen serios es que quieren quitarte del medio lo más rápido posible. Te lo escupen como una prueba de “sé más de cine que tú. No me la ibas a dar con esas, plagiador de los cojones”. Intentan minimizarte a ti y a tu idea. Eso es lo que intentaba hacer Enrique, pero su padre no le permitió continuar su labor de derribo. La idea le gustaba. Le gustaba mucho. Yo quise explicar que “El pelotón chiflado” era una película fantástica. Una peli de cabecera para toda una generación, pero que esta tenía un punto de partida mucho más novedoso y que… bla, bla, bla…

La reunión no se extendió mucho más. Santiago quería leer dentro de un mes una primera versión del guión y yo necesitaba ver por vez primera y con urgencia el puto “pelotón chiflado”.


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