------
Tras el paréntesis del aborto de
serie con esas grandes divas de la cinematografía española, me puse
de nuevo a la carga con la segunda versión del proyecto que me traía de cabeza.
Creo que nunca antes me había esforzado tanto en escribir algo. Imagino que el hecho de que me hubieran
apaleado vivo con mis anteriores películas y el ver cómo otros compañeros lo petaban más por menos, me hizo aferrarme a este guión como Kate Winslet al cacho de madera aquel.
Me había impuesto, como los personajes de mi historia, una disciplina castrense.
No creo en el escritor bohemio que sólo se sienta cuando le llega la inspiración o cuando no anda depresivo. Creo en el esfuerzo y en el curro diario. ¿Somos profesionales, no? Pues no queda otra.
Todas las mañanas en pie a las 9 de la mañana. Y “todos los días” significaba sábados y domingos incluidos. A las doce, breve parón para tomarme… ojo a este dato entrañable…
un dan’up y un mañanitos. (Antes de que digan nada sobre esta confesión, les aclaro que tengo más de 9 años y que no todos los guionistas escribimos con un cenicero a rebosar de colillas y un dry martini al lado).
Después de comer vuelta al tajo.
Prohibido una breve cabezadita ante la tele. Luego no hay Dios que reactive la cabeza de nuevo. Y a partir de ahí, el número de horas dependía de la agenda social.
En caso de que no hubiera plan, l
as noches de las primeras semanas me documentaba viendo películas relacionadas con mi historia. A partir de la segunda semana estaba hasta las narices y me alejaba de todo lo que oliera a milicia. A eso se le llama: desconectar en el momento adecuado.
Y ahora imagínense este párrafo como una
secuencia de montaje. Chico Santamano escribiendo ante su ordenador. Los días pasan. Los vasos de dan’up son ingeridos como agua. Los envoltorios de mañanitos se acumulan sobre la mesa. Su barba pide a gritos un afeitado urgente. Pero sonríe emocionado… quizá le haga gracia sus propios chistes o quizá vea con satisfacción cómo el final de una muy buena versión de su guión estaba por fin a punto de ver la luz.
Cinco semanas después de ponerme con el guión se lo mandé por mail a Santiago. Unos minutos después me contestan lo siguiente:
“Chico, gracias. Se lo imprimo y se lo dejo sobre la mesa.
Sole”
Efectivamente,
Santiago, como tantos otros productores de la vieja escuela, no han tocado un ordenador en su vida. Ni ganas, claro. Conociéndole, daba por hecho que tardaría al menos una semana en leer el guión, pero me llamó eufórico esa misma tarde.
Me dice que ha visto el guión y que es
imprescindible que metamos un par de secuencias en un hotel. Le digo que es difícil. El 90% de la película se desarrolla en un desierto de Afganistán. Pero no hay más sordo que el que no quiere oír. Al parecer
tiene un nuevo amigo. Es el dueño de un hotel RH (sí, es un seudónimo muy elaborado) de Valencia y
quiere que el insigne edificio aparezca en la película.En ese momento la pregunta es obligada:
¿Santiago, has leído el guión? Su respuesta me removió en el estómago lo que quedaba de los 37 mañanitos ingeridos durante el último mes.
“No, no… lo he visto aquí encima de la mesa. Este fin de semana me lo leo, pero tú ve metiendo lo del hotel, ¿eh? Que es importante”.
El
puto hotel, claro.
Continuará…