Desde la última vez que había hablado con Enrique sobre el tema del contrato habían pasado tres semanas. Estaba en casa intentando descifrar el bombardeo de iniciales de presentadoras prostitutas que gentilmente nos mostraban los del extinto Tomate cuando sonó el móvil… ¡Santiago!
Como soy medio retrasado me pongo nervioso y me entra no sé qué en el estómago pensando que así, de buenas a primeras, me va a tocar renegociar con el productor el caché y no me había preparado nada de nada. ¿Estaba dispuesto a “solidarizarme” con ellos y cobrar lo de la otra vez o iba a pedir un aumento? ¿Cuánto había subido el IPC con respecto al año del último guión que les vendí? ¿Tragaré una vez más con no cobrar la pasta de los dvds? ¿Qué hago con lo de los remakes? ¿Voy de cabreado o de enrollao? ¿De qué humor estará?
Así de primeras, Santiago estaba de buen humor… Mis alertas saltaron. En muchas ocasiones un productor especialmente cariñoso es un productor especialmente necesitado y un productor especialmente necesitado es un productor potencialmente explotador. Me pregunta qué tal todo, que hace semanas que no doy señales de vida. Doy un par de explicaciones desganadas y banales y me desmonta con su siguiente pregunta. “¿Cómo llevas el guión?”
Le miento y le digo que he parado de escribir y se me queda a cuadros. Le explico que estoy esperando de una vez por todas un acuerdo con el contrato. Que la pelota ahora estaba en su tejado y que, evidentemente, hasta que no firmáramos no pensaba seguir escribiendo. El productor responde que le hago polvo porque necesita levantar urgentemente ese proyecto puesto que el de Sofía se había caído definitivamente.
(Les juro que no soy mala persona ni me alegro del mal ajeno, pero mis ojos destellaron de manera especial durante una milésima de segundo)
Santiago se despidió con la promesa de que iba a hablar urgentemente con su hijastro para ver qué se podía hacer. De pronto, no me podía creer las buenas cartas que tenía sobre la mesa y la sorprendentemente mala jugada que había hecho el productor. Había mostrado un momento de debilidad al que yo podría aferrarme. Con esta "industria" que tenemos en la que la mayoría de las productoras tienen que hacer por cojones una película para pagar la anterior me necesitaban mucho más de lo que cualquier guionista se podría llegar a pensar nunca... (Moraleja: Sí, nos necesitan).
Si algo tenía claro es que a mi guión iba a sacarle un pellizco más gordo del que pensaba diez minutos antes. Ahora sólo quedaba una incógnita por despejar en mi cabeza…
¿Quién cojones era I. R.?
4 comentarios:
Jajjjajjaa. Pues yo sí que me alegro del mal ajeno. A la porra con Sofía. Que se fastidie.
¿y a mí por qué me gusta este palabro?
Es una palabra que se le atraviesa a la lengua española media, pero define un sentimiento tan nacional...
me acabo de enganchar a tu blog... seas quien seas, ¡cómo molas!
Gracias, Cris. No hay para tanto, ¿eh?
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